Mi credo

Pedro Casaldáliga, cristiano, obispo y poeta, escribió hace años en uno de sus Credo (“Dios es Dios”): “Yo hago versos y creo en Dios / Mis versos andan llenos de Dios”. Yo no soy poeta, como el hermano de Mato Grosso. Pero como él yo también creo en Dios.  Un Dios que es la fuente y la plenitud de la Vida, que es la Verdad, la Justicia y la Belleza, que está en la Alegría y en el Dolor… pero que –como dice también Casaldáliga en su Credo– no “es simplemente” eso, sino mucho más: “Belleza sin ocaso, Verdad sin argumentos, Justicia sin retomos, Amor inesperado… ¡Dios es Dios simplemente!”.

Y, por eso, en alguna ocasión elaboré mi propio Credo para alguna comunidad o algún grupo de teología que estaba llevando en ese momento. Hace unas semanas encontré el que escribí hace casi treinta años, en 1998, y retomé para otro grupo de formación teológica que estoy llevando actualmente, proponiendo a cada uno/a hacer su propio Credo. Lo he vuelto a ver y, aunque en estas tres décadas ha ido evolucionando mi elaboración teológica, he visto que mi fe no ha cambiado tanto, y he creído que podría compartirlo en este blog, con algún pequeño retoque, por si pudiera ayudarle algo alguien.//

Ciertamente, debería empezar con otro verso del mismo Casaldáliga: “Yo, pecador […], me confieso”, por ser muchas veces inconsecuente con lo que creo y profeso, como saben mejor aquellos con los que comparto cada día más de cerca. Pero también puedo decir con él que esta creencia lucha cada día por “quemar mi egoísmo lentamente”, y hace que no prevalezca en mí el lado oscuro que me amenaza cada instante, e intente caminar en Luz, la Verdad, la Justicia, la Paz y, sobre todo, en el Amor. Con mis hermanos y hermanas que comparten mis creencias y también con otros/as muchos/as que no las comparten, pero caminando juntos en tantas pacíficas y necesarias batallas en este mundo oscuro, mentiroso, injusto y violento, lleno de odio y desamor. Debo seguir repitiendo con el paralítico del Evangelio que curó Jesús: “¡Creo, Señor, pero ayúdame a tener más fe!” (Marcos 9, 24).

Con un amigo también poeta y teólogo –Xosé  Antón Miguélez, que ha escrito muchos versos manifestando esta fe en el Amor incondicional de Dios y en su enviado Jesucristo; particularmente los libros “Tenemos Carta de Dios” y “Oda a Xesús Cristo. Credo en camiño”– en su última obra aún inédita (“Meu Señor e meu Deus. Camiños en confesión de fe”) confieso este “Amor nuevo y antiguo, fiel aliento cotidiano, que nos llamas a ser”, “que en el amor me mueves a ser libre, porque te encuentro en lo más hermoso, y se te sé presente en lo amargo y penoso”, “porque me siento y sé inacabado, y no quiero otra meta que la que me ofreces: ser uno contigo y en ti con el polvo que amas”. En fin, también con este amigo, “no quiero otro diploma que el de aprendiz” del Maestro.

 Sigo confesando la misma fe trinitaria de hace décadas, en un Dios que es pura Relación de Amor ad intra  y ad extra, como he ido reflexionando y elaborando más en los años siguientes a escribir este Credo, particularmente en mi último libro Hacia una ecoteología (2023): Dios como Relación, comunión solidaria con todos y Todo, el mundo –cuerpo de Dios– como expresión de ese amor.

Y, de nuevo con Casaldáliga en otro de sus Credos (“Dios es amor”), desde una perspectiva humildemente cristiana y a la vez profundamente interreligiosa, puedo decir: “Yo grito la más cierta palabra que se ha escrito/ en este reino de la muerte y de la esperanza./ ¡Ven Señor Jesús! ¡Amén, aleluya!”.

Esta es mi confesión de fe:

Creo que Dios es Amor.                                                                                           Creo en el amor incondicional de Dios Padre-Madre.

Creo que hombres y mujeres, animales y plantas, y el Cosmos todo 

son obra de su amor generoso,                                                                                este mundo no finalizado que vamos recreando cada día.

Creo que su Espíritu está en las entrañas de la materia                                                 y que desde ella afloró en nosotros, los hombres y las mujeres,                                para hacerse materia autoconsciente,                                                                      para llegar a ser interlocutores privilegiados de su Yo.

Creo en su compasión entrañable, en su corazón de Madre infinita                             que nos ata con “lazos de amor y cuerdas de ternura” (Oseas)                                

y se humilla hasta nuestra miseria para llevarnos de su mano.

Creo que el Padre/Madre es el Dios liberador                                                     comprometido con todos los pueblos de la tierra,                                                     pues escucha cada día sus “quejas contra los opresores” (Exodo 3).

Creo en el Dios que lucha con nosotros en nuestras luchas de cada día.


Creo en Jesús de Nazaret, que es el Cristo, el Hijo de Dios metido en nuestra carne y en nuestra historia, la encarnación del amor liberador de Dios; un galileo que hablaba arameo, comprometido con la lengua, la cultura y en la realidad de los “pobres, ignorantes y pecadores” (P. Chevrier) de su tiempo.

Maestro que habló y luchó, mostrándonos un camino de vida;                                    que murió bajo la opresión de los poderes políticos y religiosos                                      y resucitó para nuestra salvación, abriéndonos un camino de vida para siempre.

Creo en el Espíritu Santo, el Pacificador y Defensor, la fuerza de Dios, el aliento de Cristo resucitado, que nos conduce hacia Verdad plena y nos comunica la fuerza de su Resurrección.

Creo que el Espíritu del Señor alienta a la Iglesia, comunidad de hermanos y hermanas, comunidad de iguales, familia de los seguidores de Jesús                                        donde acogemos su mensaje, celebramos la presencia de Cristo resucitado,                  acogemos la fuerza de su sacramento                                                                          y somos enviados a los pobres y a todos los que sufren.

Y creo en la fuerza de la gente, de los amigos/as y compañeros/as en la lucha, y también en la fuerza de los hombres y mujeres de todos los pueblos de la tierra, de todas las lenguas, culturas, razas y religiones, para acoger al Dios liberador y realizar su proyecto.

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