“Comparezcamos confiados ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno” Cargar con la cruz del amor es vivir en la verdad (Viernes Santo 2ª lect. 29.03.2024)

“El trono de la gracia” eres tú, Cristo vivo

Comentario:mantengamos firme la confesión de fe” (Heb 4,14-16; 5,7-9)

El primer fragmento (4,14-16) invita a confiar en Jesús, mediador entre el Misterio divino y nosotros: “ya que tenemos un sumo sacerdote grande que ha atravesado el cielo, Jesús, Hijo de Dios, mantengamos firme la confesión de fe” (v. 14). Jesús no sólo está en santuarios terrestres. Su vida resucitada le hace presencia trascendente, ilimitada, de Dios. Jesús ha abierto horizontes más allá de la muerte. Siguiendo sus huellas, vamos viviendo su misma vida eterna.

La solidaridad histórica de Jesús sigue en pie:No tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino que ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado” (v. 15). “Pecado” es insolidaridad, inhumanidad. “El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con toda persona. Trabajó con manos humanas, pensó con inteligencia humana, obró con voluntad humana, amó con corazón humano. Nacido de la Virgen María, se hizo en verdad uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros, excepto en el pecado. Cordero inocente, con la entrega libérrima de su sangre nos mereció la vida. En Él Dios nos reconcilió consigo y con nosotros, y nos liberó de la esclavitud del diablo y del pecado, por lo que cualquiera de nosotros puede decir con el Apóstol: El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gál 2,20). Padeciendo por nosotros, no sólo nos dio ejemplo para seguir sus huellas, sino que, también instauró el camino, con cuyo seguimiento la vida y la muerte se santifican y adquieren nuevo sentido” (GS 22).

Seamos consecuentes: Por eso, comparezcamos confiados (“metà parresías”: con libertad, confianza) ante el trono de la gracia, para alcanzar misericordia y encontrar gracia para un auxilio oportuno” (v. 16). El sacerdocio de Jesús es su vida, dadora del amor de Dios (5, 7-9). En la fragilidad, agudizada ante la muerte, “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial” (v. 7). Jesús cree en el amor del Padre que no abandona nunca. Es el camino a seguir, nos dice el final de la carta: “Por medio de él, ofrezcamos continuamente a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que confiesan su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; esos son los sacrificios que agradan a Dios” (13,15-16).

Dios quiere “llevar muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación” (2, 10). Dios quiere, por tanto, conducir a la vida plena, a la perfección, a la gloria. Este camino lo revela Jesús. Así lo entiende la carta a los Hebreos al poner en boca de Jesús, adaptándolo, el Salmo 40,7: “Tú no quisiste sacrificios ni ofrendas, pero me formaste un cuerpo; no aceptaste holocaustos ni víctimas expiatorias. Entonces yo dije: He aquí que vengo… para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad” (10, 5ss). Po ello dice de Jesús que “aun siendo Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer” (v. 8). Es decir, a hacer la voluntad: en griego “hypo-akoé”: “oír debajo” de la palabra de vida, de realidad, y cumplir las exigencias vitales humanas.

El final de las “lágrimas” se hizo gloria: llevado a la consumación, se convirtió, para todos los que lo obedecen, en autor (“aítios”: causa, origen, guía) de salvación eterna” (v. 9). “Consumación” es realización, perfección, resurrección. Es la respuesta de Dios a la vida humana. Los que siguen su camino se realizan como él. Así, resucitado, sigue siendo sacerdote: ha vivido y vive, en y con nosotros, la verdad humana, e intercede atrayéndonos hacia ella: “De ahí que puede salvar definitivamente a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive siempre para interceder a favor de ellos” (Heb 7, 25).

Oración:mantengamos firme la confesión de fe” (Heb 4,14-16; 5,7-9)

Jesús, “trono de la gracia”, dador del Espíritu:

hoy, Viernes Santo, celebramos la cruz del Amor;

vivir en verdad, trabajar bien, cuidar la dignidad...

es camino de cruz, fruto del amor;

sobrellevar enfermedad, años, incomprensiones...

exige abrazar la cruz del amor;

anunciar tu evangelio, hacer hermanos…

es seguir tu camino de cruz hasta la muerte.

Hoy “fijamos los ojos en ti, Jesús:

que iniciaste y completas nuestra fe,

que, en lugar del gozo inmediato, soportaste la cruz,

despreciando la ignominia;

y ahora estás sentado a la derecha del trono de Dios.

Te recordamos a ti, que soportaste tal oposición de los pecadores,

para no cansarnos ni perder el ánimo” (Heb 12, 2).

La causa de tu vida fue crear el reino del Amor:

reinado de la vida, la verdad, la justicia, la paz...;

el núcleo de tu evangelio fue la dicha humana:

compartir lo que se es y lo que se tiene,

amor sincero, confianza en el bien,

esperanza en el amor de Dios.

Ni tú, Jesús, ni tu Padre del cielo, amáis el sufrimiento:

queréis nuestra felicidad, la felicidad de todos;

así justificas la curación de un paralitico en sábado:

mi Padre sigue actuando, y yo también actúo.

Por eso los judíos tenían más ganas de matarlo:

porque no solo quebrantaba el sábado,

sino también llamaba a Dios Padre suyo,

haciéndose igual a Dios” (Jn 5,17s).

Sentir el amor del Padre originó tu opción vital:

tu vida hace visible el espíritu del Salmo:

Bendice, alma mía, al Señor, y todo mi ser a su santo nombre.

Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides sus beneficios.

Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades;

él rescata tu vida de la fosa, y te colma de gracia y de ternura;

él sacia de bienes tus días, y como un águila se renueva tu juventud.

El Señor hace justicia y defiende a todos los oprimidos…

El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia.

No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo;

no nos trata como merecen nuestros pecados

ni nos paga según nuestras culpas.

Como se levanta el cielo sobre la tierra,

se levanta su bondad sobre los que lo temen;

como dista el oriente del ocaso,

así aleja de nosotros nuestros delitos.

Como un padre siente ternura por sus hijos,

siente el Señor ternura por los que lo temen;

porque él conoce nuestra masa,

se acuerda de que somos barro” (Salmo 103,1-14).

Hoy, Viernes Santo, “comparecemos confiados

ante el trono de la gracia,

para alcanzar misericordia y

encontrar gracia para un auxilio oportuno”.

El trono de la gracia” eres tú, Cristo vivo:

tú reinas desde la cruz;

tu reino es la vida entregada por amor;

tu amor sigue vivo en nosotros

por el Espíritu que nos has dado;

que tu Espíritu nos sostenga en tu amor siempre,

            hasta que entreguemos nuestro espíritu al Padre.

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