Homilía del Arzobispo de Bogotá durante la Misa Crismal 2024 Cardenal Rueda Aparicio: “No podemos ser ciegos, ni sentir asco de ver en nuestro propio ministerio el rostro desfigurado del siervo doliente de Yahvé”

Cardenal Rueda Aparicio
Cardenal Rueda Aparicio

"¿Quiénes son los pobres? Nosotros, los sacerdotes, nosotros, queridos hermanos, somos los primeros destinatarios de la misión misericordiosa y liberadora de Jesús"

"Nuestro corazón sacerdotal puede estar desgarrado porque no supera siempre el desafío misionero porque los signos de degradación humana y social, guerras y violencias en todas las formas, parecieran ser el más fuertes que nuestro anuncio del Evangelio"

"El verdadero sacerdote de Cristo no vive una pretendida pureza estética de los perfectos de este mundo"

"Nuestra aflicción en tantos momentos de nuestra vida sacerdotal, solo encuentra verdadero consuelo en Cristo, el Buen Pastor. Él se compadece de nuestras debilidades porque ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado"

En la Misa Crismal celebrada el martes 26 de marzo 2024 con todo el presbiterio y delegaciones de todas las parroquias en la Catedral primada de Colombia en Bogotá, el arzobispo pronunció la homilía con tono enfático y sabor franciscano, dirigida especialmente a quienes renovarían en seguida sus promesas sacerdotales. En efecto, la homilía del cardenal Rueda recordó sin mencionarlo el lema episcopal del papa Francisco “miserando atque eligendo”, tomado de una Homilía de san Beda el Venerable, "Vio Jesús a un publicano, y como le miró con sentimiento de amor y le eligió, le dijo: Sígueme".[1]

¿Quién son los pobres?, se pregunta el cardenal. ¿Quiénes son los primeros destinatarios de la misión del sacerdote? Y responde: el mismo sacerdote es el primer pobre necesitado de la misericordia de Dios. Sólo con la ayuda de la oración y la misión puede el sacerdote salir del encierro de la cárcel de su propia ineptitud y sufrimiento, y abrirse a la esperanza. Invita finalmente a celebrar la pascua reconociendo la misericordia de Dios en la vida del propio sacerdote, para contagiar la alegría del Resucitado a las comunidades a ellos confiadas.

Aquí el texto completo de la homilía[2].

Queridos hermanos y hermanas, en la Misa Crismal de este año 2024 tenemos diversos motivos de gozo en el Espíritu Santo.

El envío misionero con los sacramentos a las distintas parroquias, al bendecir los óleos y consagrar el Santo Crisma, que son instrumentos eficaces para la santificación del pueblo fiel de Dios. La renovación anual de nuestras promesas sacerdotales delante del pueblo fiel, y la llamada al Episcopado que el Señor Jesús, por medio del Papa Francisco, ha hecho a Monseñor Alejandro Díaz García, miembro de nuestro Presbiterio Arquidiocesano. Estos son tres grandes motivos de celebración y todos tienen sabor misionero, Jesús nos ha enviado a evangelizar a los pobres.

Nos podemos preguntar quiénes son los pobres.

Santa Isabel de Hungría, princesa de la misericordia activa, nos conducirá al encuentro de Jesús en ellos.

Tanto en Isaías capítulo 61, que fue la primera lectura, como en Lucas capítulo 4, que fue el evangelio de hoy en la sinagoga, el Espíritu Santo es el protagonista de una unción y de un envío.

Después, en Hechos de los Apóstoles, es el Espíritu Santo quien otorga la valentía y el gozo misionero a los discípulos de Jesús.

Hoy, sólo con la fuerza del Espíritu Santo lograremos recibir y anunciar esa nueva, esa buena nueva, ese Evangelio de salvación para curar los corazones desgarrados, para proclamar a los prisioneros la libertad, a los ciegos la vista y consolar a los afligidos.

Pero nos seguimos preguntando, ¿quiénes son los pobres?

Nosotros, los sacerdotes, nosotros, queridos hermanos, somos los primeros destinatarios de la misión misericordiosa y liberadora de Jesús.

misa crismal 2024 Arquidiócesis de Bogotá

Primero, nuestro corazón sacerdotal puede estar desgarrado porque no supera siempre el desafío misionero porque los signos de degradación humana y social, guerras y violencias en todas las formas, parecieran ser el más fuertes que nuestro anuncio del Evangelio, que es Evangelio de reconciliación, de vida y de paz.

Esta desproporción entre la cizaña y el trigo muchas veces supera nuestra capacidad misionera, Pero queridos hermanos, si sentimos el corazón desgarrado es porque no somos indiferentes al dolor humano presente en las familias de nuestras comunidades.

Nos duele el corazón porque no damos un rodeo, porque estamos cerca y con ese corazón sacerdotal desgarrado vamos al sagrario para orar y salimos a aportar una gota de esperanza, a sembrar una diminuta semilla del Reino que es esperanza en nombre del Señor Jesús.

Bienaventurado el corazón sacerdotal desgarrado, porque será curado por las manos y la palabra de Jesús crucificado.

Mirémoslo a Él.

Fijemos nuestra mirada y nuestro corazón en Jesús.

misa crismal 2024 Arquidiócesis de Bogotá 2

Segundo, nuestro ministerio está prisionero y Jesús ha enviado a la iglesia a anunciar la libertad a los prisioneros.

Puede ser que nuestro ministerio esté acosado, difamado, perseguido y muchas veces Nuestra oración sea la oración de Jesús en Getsemaní.

Abba, Papá, Padre, si es posible, aparta de mí este cáliz.

Un prisionero en la cárcel en estos días aquí en Bogotá, en una de las cárceles donde estábamos celebrando, me compartió su testimonio de lo que es estar entre rejas, condenado a muchos años de prisión, y me dijo, en medio del dolor de la cárcel, encontré mi verdadera libertad en Jesucristo.

Feliz culpa, que mereció tal Redentor, dijo Agustín.

San Maximiliano María Kolbe, en un campo de concentración, era tan libre en Cristo, que estuvo dispuesto a donarse, y lo hizo, para que otro tuviera vida.

Por eso, hermanos, preferimos ser prisioneros como Pablo en Cristo crucificado que libres y encerrados en el miedo que nos paraliza.

misa crismal 2024 Arquidiócesis de Bogotá 3

Tercero.

Nuestra ceguera necesita la luz de Jesús y solo en él encontraremos la visión plena y la luz del camino.

La oración silenciosa abre nuestros ojos de misionero.

Un sacerdote no puede ser ciego para ver la obra de Dios, esa obra maravillosa de su misericordia en cada uno de nosotros y en nuestras comunidades.

Tampoco podemos ser ciegos ni sentir asco de ver en nuestro propio ministerio el rostro desfigurado del siervo doliente de Yahvé.

El verdadero sacerdote de Cristo no vive una pretendida pureza estética de los perfectos de este mundo.

El sacerdote de Cristo es el orante herido.

Es el varón de dolores, despreciado y desestimado, sin figura, sin belleza, a quien el Señor quiso triturar con el sufrimiento.

Pero en nuestro ministerio sacerdotal, queridos hermanos, hay un tesoro en vasijas de barro. En nosotros brilla la luz del resucitado, para nosotros y para nuestras comunidades. Sus llagas nos han curado. Por los trabajos de su alma verá la luz.

Y entonces con el salmista podremos cantar y orar: El Señor es nuestra luz y nuestra salvación. Señor, haz brillar tu rostro sobre tus siervos sacerdotes. Sálvanos por tu misericordia.

Y termina el Salmo diciendo, sean fuertes y valientes de corazón los que esperan en el Señor.

Finalmente, nuestra aflicción en tantos momentos de nuestra vida sacerdotal, solo encuentra verdadero consuelo en Cristo, el Buen Pastor.

Rueda

Él que es Pastor y Cordero.

Él que guía el rebaño y que se entrega por nosotros.

Él se compadece de nuestras debilidades porque ha sido probado en todo, como nosotros, menos en el pecado.

Orando junto a Él alcanzaremos el consuelo de su misericordia.

Podremos decir con San Pablo, bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, Él nos consuela en todas nuestras tribulaciones para que nosotros, sacerdotes del Señor, ministros de nuestro Dios, podamos comprender, acompañar y consolar a los que se sienten atribulados.

Muy queridos hermanos sacerdotes, ya se aproxima la Pascua, que celebraremos con nuestras comunidades, vivámosla este año como un tiempo misionero de oración y de esperanza.

Nos dice el Papa Benedicto XVI en Spe Salvi, un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración.

Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha.

Cuando ya no puedo hablar con ninguno ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios.

Si ya no hay nadie que pueda ayudarme cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar, Él puede ayudarme.

Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración.

Gracias a la gran esperanza, podemos afrontar nuestro presente, y nos dice el Papa, el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta, y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino.

La meta es el corazón de Dios nuestro Padre. Jesús resucitado es la gran esperanza.

Que no haya asomo de encierro, sino de misión.

Que no haya encierro de tristeza, sino de alegría, de oración, de espíritu de alabanza; porque la oración y la misión hacen renacer la esperanza en nosotros sacerdotes y a través de nosotros en nuestras comunidades.

Sí, oración y misión.

El amor misericordioso de Dios Padre tiene preparada la fiesta de la vida renovada para nosotros y nuestras comunidades.

El Espíritu Santo nos levanta y nos conduce en el servicio misionero. Hermanos, que en la Pascua se escuche el coro de todo el pueblo de Dios, que anuncia con su vida y con sus palabras, resucitó de veras mi amor y mi esperanza.

Amén.

[1] https://www.vatican.va/content/francesco/es/elezione/stemma-papa-francesco.html

[2] https://www.youtube.com/watch?v=WtBHH9wiiLw

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