" Le condenó sistema político-religioso fundado en la envidia" Le mataron (=¿le matamos?) por envidia

Cristo
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        Los relatos de la condena a muerte de Jesús (Mc 15 y Jn 18-19) ofrece la “mejor” radiografía de nuestra identidad (envidia, mentira) actual. ¿Por qué seguimos matando? ¿Por qué mueren los crucificados?

Marcos afirma que sus enemigos le condenaron por envidia. Juan, que lo hicieron por mentira (miedo a la verdad). 

Hoy expongo la “razón” de la envidia. Mañana la de la mentira con la que queremos cubrir nuestra envidia. Cualquier parecido con un tipo de política y religión actual no es casualidad,

Razones. Empezando por la envidia

Un tipo de política (y religión) actual es el “arte” de la envidia, no sólo en España, pero también en España, donde llevamos meses asistiendo al espectáculo vergonzoso de personas que acusan y condenan entre sí por envidia, de forma que en que vez de ocuparse del bien de todos se ocupan de la condena y destrucción de los contrarios (esto es, de otros “imperios” o partidos parecidos). Algo de eso muestran las  razones que han dado algunos teólogos hablando de la muerte de Jesús. 

  • Algunos han dicho que le ha condenado por un Dios envidioso, estaba ofendido por la culpa de la humanidad; necesitaba reparación y no ha encontrado mejor forma de satisfacer su justicia y redimirles que haciendo que su Hijo se encarnara y muriera por los hombres[1].
  • Otros, con 1 Hen 6-36, han contestado que Jesús ha sido asesinado por envidia de los ángeles, es decir, a consecuencia de un conflicto angélico: le habrían matado los demonios, agentes perversos del drama de la historia, como suponen algunos gnósticos[2].
  • Los evangelios afirman que los responsables de la muerte de Jesús han sido unos hombres envidiosos: Pilato y Caifas, los sacerdotes y Pedro, los discípulos y Judas... Por eso, ellos presentan la crucifixión (que para la Iglesia es revelación de Dios y centro de toda salvación) como un acontecimiento decidido y realizado por personas envidiosas, que se opusieron al   Dios de la verdad matando al mensajero de su Reino (cf. Mc 12, 10; Mt 7, 24-27).

Le condenó sistema político-religioso fundado en la envidia

Evangelio de Marcos - Editorial Verbo Divino

 Los evangelios contienen relatos mitológicos, aunque llenos de hondura simbólica, como el exorcismo de Gerasa (Mc 5, 1-20)[3]. Pero cuando narran la condena de Jesús, ellos se sitúan en un plano puramente histórico: los que mataron a Jesús fueron hombres muy normales, que cumplieron su deber, no ángeles, demonios o dioses  perversos sin discursos moralistas.

No le presentan como un héroe de epopeya o de tragedia, sino como alguien que asume y padece su muerte con gran humanidad; avanza decidido hacia ella, pero con miedo. Por otra parte, ni Pilato condenó a Jesús porque era un juez perverso, ni los sacerdotes le juzgaron porque eran especialmente corruptos. Herodes y Pilato, escribas, sacerdotes y soldados de Roma eran personajes normales que defendían los intereses de su ley.  Mataron a Jesús por defender su “buen” sistema, como los políticos actuales de USA o Rusia, del Estado de Israel o España, que defienden los intereses de sus “imperios”, que son en el fondo “partidos”, no representantas de la humanidad entera[4].   

Por su misma estructura y funcionamiento, el sistema político-social, de fondo religioso, tuvo que condenar a muerte a  Jesús. Por fidelidad a su mensaje y camino  Jesús, tuvo que aceptar la muerte. No podía imponer su mensaje por leyes ni estructuras de violencia. Por anunciar la gracia de Dios, y abrirla más allá de la ley del templo, vino a ponerse en conflicto con la autoridad sagrada y tuvo que dejarse condenar a muerte, pues, si quería ser fiel a sí mismo, no podía responder con violencia a los violentos. 

  • Hay un poder del sistema/imperio interpretado como totalidad sagrada, sea al modo griego (en línea de teoría), sea al modo romano/israelita (en línea de equilibrio legal). En esta perspectiva, la salvación consistiría en ajustarse al todo entendido como Dios.
  • Hay un poder de las partes/partidos del sistema que se mantienen en lucha para lograr supremacía dentro del conjunto. Entre ellas impera el talión, el orden siempre inestable de las provocaciones, las tensiones violentas, las acusaciones mentirosas y los juicios. 

Pues bien, Jesús no pudo apoyarse en ninguno de esos dos poderes, pues su Dios no era todo ni parte del sistema, sino palabra creadora que él quiso ofrecer a los hombres, para compartirla con ellos. Jesús fue poderoso, pero sólo como palabra-simiente y como amor-comunión, que se abre por encima del sistema sagrado, ofreciendo un lugar de salvación y reino a los pobres y expulsados de la sociedad, que eran para él la presencia infinita del Dios infinito.

Por fidelidad a la buena nueva de la vida abierta en amor a todos, en contra del sistema que domina sobre todos (todo y partes), proclamó Jesús la grandeza de Dios, que es amor infinito que vive y crea gratuitamente, amando a los más pobres. Externamente hablando, apenas cambió nada: siguió imponiéndose el sistema (en forma helenista y/o judía), siguió habiendo disputa entre las partes, continuó aplicándose una justicia que se expresa como equilibrio entre poderes violentos y parciales. Y sin embargo, él había sembrado una semilla de vida diferente. Por encima de la lucha universal que conduce al triunfo y dictadura del imperio o de un partido (que en el fondo quiere volverse imperio) las partes, había iniciado un tipo distinto de presencia universal de vida, como mutación de gracia, de amor abierto a todos, de verdad.

 Esta es la mutación antropológica: la nueva y más alta autoridad de amor de los hombres, que no somos miembros de un imperio de opresión o de un partido de envidas universales. No somos esclavos de Dios (ni de un sistema superior), ni guerreros de una lucha sin fin entre partes enfrentadas (en talión del juicio), pues el mismo Dios nos hace infinitos en su gracia y por gracia podemos compartir nuestra vida, que es Vida de Dios[5].

Fight With Cudgels, 1820 - 1823 - Francisco Goya - WikiArt.org

Este es el experimento de Jesús: una prueba de humanización, un comienzo de vida en gratuidad, que puede y quiere abrirse a todos los hombres. Hasta ahora, ellos sólo conocían el poder del todo que se impone por arriba o de las partes que se combaten mutuamente en lucha sin fin. Ahora ha surgido y se expande un tipo de no-poder, anunciado y esperado desde antiguo, que es el poder supra-judicial de la creatividad infinita y la gracia compartida. Esta es la semilla que Jesús ha sembrado en toda clase de tierras (camino, pedregal, espinas, campo bueno...), pues puede germinar en todas ellas (cf. Mc 4). Es el germen de la nueva humanidad mesiánica que no vendrá sólo al final (en gesto impositivo), sino que ha venido ya en Jesús y se expande por sus discípulos, superando así la imposición de los poderes viejos que dominan sobre el mundo[6].

Jesús no se ha enfrentado de un modo militar a esos poderes: no ha querido disputarles ninguna parcela de dominio en clave de batalla. Pero ellos se han sentido amenazados y en nombre del sistema le han matado, manifestando así el miedo y fragilidad del conjunto o de sus partes.

En esa línea podemos añadir que le han matado porque él no quería matar, porque no quería hacerse imperio, ni miembros de un partido envidioso que vive de acusar y destruir a otros. Le han condenado porque él no quería condenar a nadie; le han rechazado porque no formaba parte de un partido particular que vive de oponerse y “matar” a otros. Esta es la paradoja: no buscaba el poder de nadie y sin embargo todos los poderes se han juntado y le han matado porque «no era de los suyos»: no pudieron soportar a un hombre que no quiso hacerles competencia, pero que les iba diciendo lo que eran, para que pudieran conocerse (y no quisieron)[7]. 

Envidia y miedo. La mentira de los sacerdotes(Jn 11, 50; Mc 15, 10).

Mc 15, 10 afirma que los sacerdotes tuvieron envidia de Jesús (Mc 15, 10), como Eva-Adán habían tenido envida de Dios; como Caín había tenido envidia de Abel (Gen 3-4), los ángeles guardianes envidia de los hombres (1 Hen 6-36). En esa línea   ha desarrollado Sab 2 el análisis más hondo de la envidia como primero y más mortal de todos los pecados de los hombres.

En un pasaje anterior el mismo evangelio de Marcos había  destacado el miedo de los sacerdotes: «Buscaban la manera de matarle, porque le tenían miedo (efobounto gan auton), pues todo el pueblo estaba admirado de su doctrina» (Mc 11, 18). Quizá le temían directamente, porque les acusaba y anunciaba el fin del templo. Quizá temían que el pueblo, influído por Jesús, no les siguiera más. En ese contexto sitúa Juan la reflexión de sacerdotes y fariseos, reunidos en sanedrín (tribunal de juicio): «Si le dejamos, todos creerán en él y vendrán los romanos y nos quitarán el lugar (=templo) y el ethnos (el pueblo)»(Jn 11, 48)[8].

Los sacerdotes tienen miedo de «perder su ley», de quedarse sin templo, sin sacrificios e ingresos económicos, es decir, sin pueblo al que esclavizar espiritualmente. Así aparecen como signo de perversión sacral: no sirven para nada (nada aportan) y por eso se hacen «fin en sí»: necesitan fieles sometidos y lugares de influjo sagrado (como suponía en un contexto político el apólogo de Jotán: Jc 9, 7-20). Desde ese fondo se entiende la intervención de Caifás,el sumo sacerdote, cargada de ironía y doble sentido, cuando expone su razón política: «Os conviene que muera un hombre por el pueblo y no que perezca todo el pueblo» (Jn 11, 50)[9].

Caifás defiende el interés de su grupo de sacerdotes-escribas dominantes, que él identifica, sin duda, con los intereses del pueblo judío, que ellos controlan y dirigen desde el templo, en virtud del pacto de poder que han hecho con los romanos, conforme a la justicia/ley del templo. Los sacerdotes tienen que «defender» sus intereses, suponiendo que concuerdan o pueden compaginarse con los intereses de Pilato (conforme a un esquema de ley). Lógicamente, ambos poderes se necesitan para mantener sus privilegios y para garantizar un tipo de paz (su paz) en Palestina. Pues bien, en este contexto, el evangelio añade, de forma sorprendente, que Pilato no se fía de Caifás y de los sacerdotes, aunque de hecho actúe como aliado de ekkis. Así lo indica Marcos, de forma lapidaria, para justificar el intento de independencia política del procurador romano:

 Pues Pilato sabía que los sumos sacerdotes le habían entregado (a Jesús) por envidia (dia  fzonon: Mc 15, 10, Mt 27, 18)[10].

De la envidia como principio de todos los pecados y origen de la muerte trata como he dicho el libro de la Sabiduría (Sab 2, 24; 6, 23). Pues bien, lo que allí se presentaba en forma de teoría, aparece aquí en concreto, como pecado supremo de los sacerdotes y causa de la muerte de Jesús. Más que simple miedo en general (Mc 11, 28), los sacerdotes tienen un miedo envidioso de Jesús, porque su simple presencia pacífica supone para ellos la mayor de todas las amenazas.

 (1) Los sacerdotes envidian a Jesús porque tenían miedo de él, de su verdad, de su amor universal. Le envidian, porque han visto en su conducta algo que en el fondo les gustaría tener y no tienen ni pueden tener, porque mas que su vida propia quieren la destrucción de la vida de los otros.

(2) Esta envidia refleja una carencia de los sacerdotes, un vacío que les impide gozar de sí mismos al relacionarse con los otros. La envidia es carencia de palabra, carencia de transparencia y diálogo. No están contentos de su suerte, no pueden vivir en verdad con lo que tienen; por eso, la simple presencia de Jesús les disgusta, porque les recuerda su impotencia.

(3) La envidia suscita violencia: los sacerdotes no pueden robar a Jesús su prestigio, ni apoderarse de sus bienes, ni ocupar su puesto, pues no quieren ser como él (vivir en gratuidad). Pero tampoco pueden soportarle. Por eso le hacen morir, no para ocupar su puesto (no quieren ser como él), sino para impedir que Jesús tenga un puesto desde el que pueda acusarles con su vida y su palabra[11].

Hay una envidia que podríamos llamar «activa»: es la de aquellos que quieren apoderarse de los tesoros o bienes de los otros (dinero, puesto de trabajo), sin necesidad de matarles a ellos. Pero hay otra envidia que podemos llamar «reactiva» y que consiste en no soportar la existencia de los otros como tales, de manera que no podemos vivir tranquilos mientras ellos existan.

Esta es la envidia de los sacerdotes que sólo tienen la autoridad que brota de su imposición sacral y que, impulsados por ella, rechazan a todos los que pueden ofrecer unos modelos de vida diferentes. Ellos representan el deseo impositivo (no la gracia de Dios) y por eso combaten al representante del Dios de la gracia. Su envidia es contagiosa: pone en marcha el proceso de Jesús y no termina hasta matarle. Piensan que sólo matando  (destruyendo) a otros podrán vivir tranquilos….ignorando que nunca vivirán de verdad, porque llevan en su fondo al diablo, son diabólicos: Cf. Sab 1, 13-15; 2, 23-24.   

 NOTAS

[1] Cf. B. Sesboüé. Jesucristo. El único mediador, Sec. Trinitario, Salamanca, I, 1990, 49-97.

[2] Cf. A. Orbe, Cristología gnósticaI-II, BAC, Madrid 1976. Para incluir la visión del Cristo gnóstico en el panorámica de las cristologías a lo largo de la historia, cf. J. Pelikan, Jesús a través de los siglos, Herder, Barcelona 1989.

[3] Cf. R. Girard, El chivo expiatorio, Anagrama, Barcelona 1986, 216-239.

[4] En un nivel, todo es normal y todo se realiza conforme a la Escritura: varios profetas, algunos salmos, Sab 2, habían dicho ya que, enfrentados ante un conflicto semejante, los poderes de este mundo acabarían condenando al inocente. Pero, en otro nivel, todo es absolutamente nuevo: en la muerte de Jesús se encarna y manifiesta, de una vez y para siempre, la violencia irracional de la humanidad y el amor de Dios sobre ella.

[5] Los seguidores de Jesús no luchamos contra el todo (pretendiendo hacernos todo), ni tampoco contra unos poderes parciales (para arrebatarles una parcelita de poder). No aspiramos al imperio (contra el cesar), ni queremos construir un nuevo templo más piadoso (contra el de Jerusalén). Sobre templo y césar, podemos descubrirnos ya como personas (con valor infinito) y realizamos como seres libres, en creatividad de gracia, en vida compartida, todos los hombres y mujeres de la tierra.

[6] La semilla de Jesús es gratuidad infinita (revelación de Dios), pero debe introducirse en un mundo de sacerdotes y soldados que se enfrentan con él y le condenan a morir crucificado. Su semilla es eficaz, pero tras siglos de cristianismo parece dominarnos una especie de inercia frente al todo y sus partes (una falta de fe en la creatividad del evangelio). Tendemos a pensar que las cosas son así y que todo ha de seguir y mantenerse en su equilibrio actual, como si el mensaje de Jesús tuviera que insertarse y encontrar un hueco en el sistema, sin cambiarlo. Pues bien, en contra de eso, aquí destacaremos el «poder» infinito de la mutación del evangelio.

[7] Desde ese fondo se aclara la imagen de Jer 7, 11: este mundo con sus sacerdotes y soldados es una cueva de bandidos (cf. Mc 11, 17), sociedad de ladrones que se juntan para robar y mantener lo robado por ley de violencia. Pues bien, Jesús denuncia esa situación, porque no quiere robar, ni compartir lo robado, ni quitárselo a la fuerza a los ladrones, sino sembrar una semilla de vida infinita, en gratuidad. Por eso le mataron. En la cueva de ladrones de este mundo caben siempre otros ladrones, con tal que acepten las leyes del sistema (talión) y tengan fuerza para hacerse un hueco. Pero Jesús no  ha querido un hueco o templo propio, sino el amor gratuito, abierto  a todos los hombres.

[8] Ellos actúan como garantes de la autonomía socio-religiosa de Israel, centrada en un templo (el suyo) y un pueblo (sus clientes). Más que a Jesús como persona, a quien temen es al pueblo que ellos controlan, y del que dependen.  Temen que el pueblo se les emancipe, dejándoles sin mando. No tienen nada propio; dependen de otros. Por eso se reúnen y preguntan: ¿qué haremos? Su argumento («vendrán los romanos y nos quitarán...») puede entenderse de dos formas.

(1) En un nivel altruista podríamos pensar que actúan como defensores del lugar y pueblo santo, para bien de los demás; piensan que el triunfo de Jesús, con el consiguiente cambio del pueblo, supondría una ruptura jurídico-social que exigiría la intervención de Roma, con las consecuencias previsibles: destrucción del templo y muerte en masa de judíos.

(2) Pero en un nivel egoísta podemos afirmar que ellos sólo piensan en sí mismos: si triunfa Jesús pierden su función y quedan sin garantías jurídicas, de forma que los romanos les quitarán la autoridad sobre templo y pueblo. Ambas lecturas son posibles; pero, siguiendo la lógica de Mc 11, 18 y la visión total de Juan, es preferible la segunda

[9] El evangelio ha entendido ese texto en sentido redentor: Jesús ha muerto de hecho para salvación de todos, incluidos judíos y gentiles. Caifás, en cambio, quiere que Jesús muera, para mantener así los intereses y la seguridad del sistema del templo. No importa la inocencia de Jesús, sino la estabilidad política del pueblo, al servicio de los sacerdotes.

[10] A pesar de las indicaciones de U. Sommer, Die Passionsgeschichte des Markusevangeliums, WUNT 58, Tübingen 1993, 169, el tema de la envidia de los sacerdotes como causa de la muerte de Jesús ha sido poco destacado por los comentadores, como han destacado A. C. Hagedorn y J. H. Neyrey, «"It Was Out of Envy That They Handed Jesus Over" (Mark 15:10): The Anatomy of Envy and the Gospel of Mark»:  Journal for the Study of the New Testament 69 (1998): 15-56. Para un estudio más profundo del tema, desde el contexto  cultural y religioso, cf.  G. M. Foster, «The Anatomy of Envy: A Study in Symbolic Behavior»:  Current Anthropology 13 (1972) 165-86;  R. H. Bell, Provoked to Jealousy, WUNT 63, Tübingen 1994; R. Pesch,   Marco, Paideia, Brescia 1982, II, 681, con cita de M. Herranz Marco, «El proceso ante el sanedrín y el ministerio público de Jesús»: EstBib 34 (1974) 83-111; S. Ranulf, The Jealousy of the Gods and Criminal Law at Athens. A Contribution to the Sociology of Moral Indignation, Williams and Nordgate, London  1933.

[11] Gen 2-3 supone que la envidia es el principio del pecado. En esa línea se había situado el libro de la Sabiduría: «Dios creó al hombre para la inmortalidad... por la envidia del diablo entró la muerte en el mundo» (Sab 2, 24). También Jesús había sido creado para la inmortalidad, pero los sacerdotes, representantes del Diablo (envidia personificada), le han condenado a muerte. 

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