DECIR LO INDECIBLE

A MODO DE DESPEDIDA DEL BLOG

(Con motivo del segundo aniversario del fallecimiento de Andrés, hemos elegido este artículo, que ya fue publicado en el blog en agosto de 2019, para poner punto final a esta serie de aforismos inéditos que hemos continuado publicando desde entonces. Sirva, pues, este importante artículo de recuerdo cariñoso y de una especie de pos-despedida. LG)


El joven filósofo L.Wittgenstein instó a callar sobre lo indecible porque es lo que no se puede decir, so pena de vacuidad. Pero después, ya maduro, incitó a hablar de lo indecible mostrándolo al trasluz o indirectamente (yo diría simbólicamente). Quisiera aquí hablar de lo indecible en el sentido de lo que no se suele hablar, sea por rubor o por temor. En realidad hay cosas que no se pueden decir porque nos sobrepasan, y hay otras que están sujetas a censura propia o ajena. Se trataría de atreverse a decir con respeto lo que no suele decirse por estar mal visto, prohibido o tabuizado.

Mas resulta que lo indecible o inefable es lo más interesante e importante, lo decisivo. Por ejemplo, me siento junto al Ebro en un banco ocupado por un desocupado, pero al mirar de cerca es un abandonado. A ratos dormita, otros bebe y luego habla consigo mismo ininteligible, para finalmente quedar un momento pensativo, triste y serio, solo y desolado. Esto es lo indecible, lo que no suele contarse o relatarse, pero que refleja al hombre en su desnudez, al tiempo que enseña una antropología de campo al aire libre, asomados al submundo o realidad de fondo, realidad indecible de la pobreza, la exclusión y la miseria. La escena relata simplemente los límites de nuestro mundo, la frontera entre vivir y desvivir, la visión de la peligrosidad de este mundo al que nos han traído sin permiso alguno.

Lo indecible del mundo y de la vida es gozo y sufrimiento, sentido y sinsentido, vivencia y moriencia. La mundología callejera nos enseña que nuestra existencia es fluctuante, pero que la otra vida o trasvida no está nada clara para la gente oscura. La vida es evolución en zig-zag, ascendiendo a base de accidentes y a trompicones, con una involución que nos amenaza y una revolución que es una quimera, una utopía pía con medios impíos. Para colmo, nos queda una política ideologizada, la cual comparece a menudo como despolítica o desgobierno; pero hay de todo.

La vieja religión que parecía un refugio frente a la intemperie del mundo reaparece hoy como el eco de una creencia cruenta. Porque las religiones salvan y condenan, vivifican y matan, emancipan y someten. La propia Iglesia parece tener secuestrado al fundador rebelde del cristianismo ecuménico, amoroso y abierto. Así que la religión religa y desliga, ama y odia, libera y encadena, en fin, como todo lo demás. El propio Dios tradicional ha sido traicionado por unos fieles que se sienten previamente traicionados por su presunta divinidad y omnipotencia impotente. Ahora bien, lo que se ha presentado como alternativa a la religión, el saber, no sabe suficientemente que no sabe.

Los nuevos saberes con la tecnociencia al frente se presentan cual nuevas religiones, que nos quieren salvar demostrativamente de nuestras contingencias, incluso de nuestra finitud. Pero a pesar de sus avances y positividades, el nuevo saber olvida que es técnico e intrumental, funcional y cuantitativo, por eso puede retrasar por ejemplo la muerte pero no evitarla, pueden paliar el dolor pero no el sufrimiento, pueden alargar la vida aunque a menudo alargando la muerte. Nos posibilita más larga vida, pero a qué precio, y no solo económico.

Nuestro mundo ha tabuizado la muerte tratando de exorcizarla científicamente, cuando lo que necesitamos es asumir la muerte como compartición de la vida, proyectándola como apertura final y no como cerrazón ocluidora. Solo el que asume la muerte consuma la vida, pero nuestra sociedad prefiere consumir a consumar. Tenemos que reconciliarnos con la muerte como nuestra trascendencia y liberación final. En nuestra mejor tradición cultural se ofrece un único cauterio o medicina frente a la muerte: el amor que nos abre al infinito y que por lo mismo resulta indecible. Pero claro, el amor tampoco está nada claro, ya que es un niño (Cupido) travieso e ingenuo, un niño oscuro sobre todo en nuestra sociedad aún patriarcal, mercantilista y egocentrista.

El ecofeminismo aparece, junto al movimiento homosensual, como una cambio de actitud abierta y positiva, cuando no se ideologizan; porque la mujer y el varón nacen, pero la fémina y el hombre se hacen. Siempre he propugnado un femEnismo capaz de introyectar y proyectar la feminidad y lo femenino como crítica y compensación del masculinismo aún vigente. Me parece que cierta diferencia simbólica entre el hombre y la mujer radica en que el varón no suele dudar, mientras que la mujer duda hasta de sí misma, encarnando el signo curvilíneo de interrogación frente al signo enhiesto de interjección, así como cierta ductilidad y flexibilidad. Esta duda femenina frente a lo masculino representa la nueva apertura de nuestro mundo a la búsqueda de un sentido existencial, el cual se nos ha esfumado estrepitosamente. Lo que puede aportar la mujer hoy es precisamente sentido común o comunitario, como decía Unamuno, así pues socialidad, comunalidad y cuidado de la coexistencia. Nada ni nadie nos va a ayudar para salvarnos del destino final de la muerte, pero aquí se trata de la salvaguarda de la vida humana hasta su decesión digna. Finalmente diré lo indecible: la muerte es el destino del hombre, pero el destino de su humanidad trasciende la muerte.

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